Había una vez, en un pinche pueblito más aburrido que misa de domingo, una morrita de campo llamada Juana. Todo el puto día era pastorear vacas y rezar, hasta que un día le cayó la pinche iluminación celestial… así, de putazo. Se le aparece el Arcángel Miguel y otros cabrones celestiales y le sueltan la bomba:
“¿Qué onda, Juana? Francia está más jodida que una combi en Ecatepec. Ya estuvo bueno del desmadre, levántate y lánzate a romper madres en nombre de Dios.”
Y Juana, en lugar de salir corriendo o hacerse pendeja, les dice:
“¡A huevo, hijos de su chingada madre, yo me aviento!”
La banda del pueblo se le quedó viendo como diciendo “esta morra ya se metió algo”, pero ni madres. Se corta el pelo, se pone pantalones —porque la falda estorba cuando vas a partir cráneos— y se lanza con el pinche delfín Carlos, un güey que nomás andaba haciéndose pendejo sin agarrar el trono porque los ingleses tenían medio país agarrado de los huevos.
Juana llega, se para bien chingona frente a todos los fresas de la corte, y les grita:
“¡Soy la enviada de Dios y vengo a romperle su puta madre a los ingleses!”
Y sorprendentemente, no la mandan a chingar a su madre. Al contrario, el delfincito se la cree. Le dan una pinche armadura bien perra, un ejército lleno de escépticos y la mandan a Orleans, donde los franceses ya estaban llorando como si los hubieran cortado por WhatsApp.
Pero ¡mocos, güey! La morra llega, se mete hasta la cocina, les mete una putiza a los ingleses y saca la victoria como si fuera nivel Dios en el Call of Duty medieval. Todos se quedan con el culo cuadrado. ¡Una pinche morra, una pinche campesina, les salvó el culo!
Pero ya sabes cómo es la política y el pinche miedo al poder: cuando una mujer sobresale, los culeros tiemblan. A los franceses les empezó a dar comezón que Juana fuera más verga que todos ellos juntos, y los ingleses nomás la querían ver ardiendo.
Y bolas, la traicionan. La capturan unos pinches traidores de Borgoña, vendidos hijos de la chingada, y se la entregan a los ingleses como si fuera pinche premio. Juana, enjaulada, aguantando vara, con más huevos que todos los inquisidores juntos.
Le arman un juicio falso, más montado que pelea del Canelo. Le sacan mamadas como:
- “¿Por qué te vistes de hombre?”
- “¿Por qué dices que hablas con Dios?”
- “¿Por qué eres tan chingona?”
Y Juana, bien firme, les responde:
“Porque tengo más cojones que todos ustedes, culeros.”
Pero no hay pedo, porque los hijos de la gran chingada ya la querían quemar. Y así fue. El 30 de mayo de 1431, en una plaza de mierda, la amarraron a un pinche poste y le prendieron fuego. ¡La quemaron viva, güey! A los 19 años.
Y mientras ardía, la raza no sabía si llorar, rezar o gritar “¡No mames!”. Porque ahí se estaba muriendo la más cabrona de todas, una pinche leyenda viva.
¿Y sabes qué es lo más cabrón? Años después, esos mismos pendejos la canonizan. “Ay, perdón, sí era santa.” ¡Chinguen a su madre! Primero la matan y luego la santifican. Clásico pinche sistema culero.
EPÍLOGO PARA QUE SE TE QUITE LO PENDEJO:
Juana no era una santa de estampita, ni una damita sumisa. Era la jefa, la machín, la que se rifó por su patria cuando todos andaban con el hocico entre las patas. Juana fue la mera verga, así de simple.