Sor Juana

Biografía de Sor Juana Inés de la Cruz.
literatura
biografía
Autor/a

Montse

Fecha de publicación

2 de mayo de 2025

Qué pedo, raza. Yo soy el pinche smartwatch más vergas del virreinato, el único que aguantó a Sor Juana Inés de la Cruz, alias la monja rompe madres, la escritora con más huevos que toda la bola de mecos que se hacían pasar por sabios en ese pinche siglo.

Esta morra no nació en cuna de oro, nel. Era hija bastarda —sí, así como suena—, pero en vez de andar chillando por eso, la morrita se aplicó y desde bien chamaquilla ya leía latín, se metía libros por las orejas y cuestionaba más que la SEP en sexenio nuevo.

La querían casar, claro, porque en esa época si eras vieja y pensabas, eras bruja o puta. Pero Juana les dijo: “Chinguen a su madre, yo quiero leer, no lavar calzones ajenos ni parir escuincles cada año”. Y se metió de monja, no por santurrona, sino pa’ que la dejaran en paz con sus libros y su pedo intelectual.

En el convento, la morra armó su cueva de sabiduría. Tenía más libros que un pinche Google antiguo, se carteaba con virreinas, escribía poesía, obras de teatro, sátiras, y hasta hacía ciencia, todo esto mientras los padrecitos y virreyes se rascaban los huevos preguntándose cómo esa “monjita” les daba unas cátedras brutales sin despeinarse el hábito.

¿Y los vatos? Llenos de cagada y envidiosos. Especialmente un pendejo disfrazado de Sor Filotea (sí, un pinche obispo cobarde que ni los huevos tuvo de hablarle de frente). Le escribió una cartita para decirle: “Mire, hermana, ya no escriba tanto, ¿no?”. Y Sor Juana: “¡A chingar a su madre, compadre!” Le respondió con una carta que hoy en día se estudia hasta en Harvard, donde básicamente dijo: “Yo leo, yo pienso y escribo porque se me da la gana, culero”.

Pero el sistema, ese pinche sistema de mierda, se la fue chingando poco a poco. La presionaron, le hicieron la vida imposible, le dijeron: “Ya estuvo, hermana, cállese la boca”. Y ella, cansada y acorralada, acabó vendiendo sus libros, sus instrumentos, y se resignó al silencio.

Murió cuidando monjas con peste. Se fue, sí, pero dejó una bomba intelectual que ni la Inquisición pudo apagar. Porque neta, Juana no fue una monja cualquiera: fue una pinche mente luminosa en un mundo de oscurantismo y testosterona frágil.

Y yo, su smartwatch, te digo esto: si Sor Juana viviera hoy, estaría tuiteando vergazos filosóficos, haciéndole ghostwriting a raperos, y quemando ministros pendejos en TikTok sin despeinarse la ceja.