El Becerro de Oro

De todos los falsos ídolos, el menos peor.
literatura
cuento
Autor/a

Montse

Fecha de publicación

18 de marzo de 2025

Resulta que en aquellos pinches tiempos bíblicos, Moisés, el mero chingón que sacó a los israelitas de Egipto, andaba trepado en el monte Sinaí echándose un palomazo con Dios. El Señor, bien mamalón, le estaba pasando las reglas de oro en unas tablas de piedra, los famosos Diez Mandamientos, para que su raza no anduviera de cabrones haciendo desmadres.

Pero, mientras Moisés andaba en su trip celestial, el pinche pueblo israelita se puso impaciente. “¡No mames! Este güey ya se tardó un chingo,” decían. “A lo mejor ya se lo cargó la chingada allá arriba.” Y como eran bien pinches tercos y calenturientos para el desmadre, fueron con Aarón, el carnal de Moisés, y le dijeron:

— ¡Eh, cabrón! Haznaos un dios bien mamalón pa’ que lo adoremos, porque este güey de Moisés ya nos dejó tirados como calcetín viejo.

Aarón, en vez de decirles “¡No chinguen, banda, tengan tantita fe!”, les siguió la corriente.

— A ver, cabrones, tráiganme todo su oro: aretes, anillos, colguijes y la chingada.

Y la bola de pendejos se quitó todo el oro que traían y se lo aventaron a Aarón, quien lo fundió y moldeó un pinche becerro dorado bien reluciente. “¡No mames, raza, véanlo! ¡Este es su dios, el que los sacó de Egipto!”, gritaban los muy pinches descarriados.

En corto, armaron una pedota de aquellas. Había desmadre, peda, orgías, puro pinche relajo como si estuvieran en una pinche feria de pueblo, pero en versión hardcore.

Mientras tanto, allá en el monte, Dios, bien emperrado, le dijo a Moisés:

— ¡No mames, cabrón! Baja a ver a tu pinche raza, porque ya se descarriaron bien culero. Se hicieron un pinche becerro de oro y ahora andan adorándolo como si yo no existiera. ¡Qué bola de pendejos! ¿Sabes qué? Ya me los voy a chingar a todos.

Pero Moisés, que aunque era chingón también tenía su corazoncito, le dijo:

— ¡No, Señor, cálmate un chingo! No los destruyas, porque luego los egipcios van a decir que nomás los sacaste de Egipto pa’ matarlos en el desierto.

Dios, que estaba encabronado pero no era ojete, le bajó dos rayitas a su enojo y le dijo:

— Bueno, ya chingaste, no los voy a borrar del mapa, pero de todas maneras bájale a darles unos buenos chingadazos.

Así que Moisés bajó del monte, cargando las tablas de los mandamientos, y en cuanto vio la pinche fiesta que tenían armada con el becerro, se encabronó bien cabrón. De puro coraje, aventó las tablas al suelo y las hizo cagada.

— ¡Pinches ingratos, bola de cabrones! ¡¿Cómo chingados se les ocurre hacer esta mamada después de todo lo que Dios ha hecho por ustedes?!

Entonces se armó el desmadre. Moisés agarró el becerro de oro, lo fundió, lo molió hasta hacerlo polvo, lo mezcló con agua y se los hizo tragar a todos los pendejos idólatras.

Luego, se trepó bien cabrón y les dijo:

— ¡A ver, cabrones, los que todavía estén con Dios, vengan pa’ acá!

Los levitas, que todavía tenían algo de seso en la cabeza, se juntaron con él.

— Agarren sus espadas y hagan un pinche desmadre, porque estos culeros tienen que aprender a la mala.

Ese día, los levitas se echaron a tres mil cabrones que habían andado de pinches herejes.

Al día siguiente, Moisés volvió con Dios y le dijo:

— No mames, Señor, ya los regañé bien culero, pero ¿cómo le hacemos pa’ que los perdones? Si quieres, chíngame a mí en su lugar.

Dios, que ya estaba más calmado pero todavía bien encabronado, le dijo:

— No te pases de verga, Moisés, yo voy a decidir a quién perdono y a quién me chingo. Pero por lo pronto, llévate a esta bola de cabrones y pónganse en marcha, que ya veré qué hago con ellos.

Y así quedó la cosa. Dios les mandó una plaga como correctivo, pero al final no los aniquiló del todo, aunque quedó bien claro que andar de pendejos adorando becerros dorados no es buena idea.

Moisés, después de este cagadero, tuvo que subir otra vez al monte a que Dios le diera unas nuevas tablas, porque las primeras se las había chingado en su coraje.

MORALEJA: No sean pendejos ni idólatras, y si Dios les dice algo, hagan caso, porque si no, les puede caer la chingada.