Había una vez en un pinche pueblito olvidado de Dios, una morra que se creía la gran mamada. Se hacía llamar Bella, pero de bella no tenía ni madres, solo filtros de Instagram, maquillaje carísimo y una actitud de influencer mamadora. Se la pasaba grabándose con su pinche aro de luz, tomándose selfies y subiendo historias con frases como: “Las perras ladran, señal de que voy avanzando” y “No es que sea mamona, es que no cualquiera llega a mi nivel”.
Su jefe, un ruco medio pendejón que se creía inventor, un día se perdió en el bosque porque, pues, bien pinche torpe el vato. Y bolas, que termina en un castillo bien macabro donde vivía una pinche Bestia que parecía sacada de una peda de Halloween. La Bestia lo cacha y le dice:
—¿Qué pedo, ruco? ¿Tú qué chingados haces aquí?
El viejito, temblando como pinche gelatina, le dice:
—Ay, mi lord Bestia, ando perdido, suélteme, le prometo que mi hija es bien buen pedo.
Y la Bestia, con su voz de chaca malandro, le dice:
—Ni madres, te quedas de mi prisionero, pinche anciano cagón.
Pero Bella, que solo veía la oportunidad de hacerse viral, se sacrifica por su jefe. Llega al castillo bien diva, con su filtro de perrito de Snapchat y dice:
—A ver, pinche animal, ¿qué pedo? Yo me quedo, pero mínimo dame Wi-Fi, ring light y servicio a la habitación.
La Bestia, que en el fondo era medio simp, se clava con la morra y le cumple sus caprichos, pero ni así lograba que la culera lo pelara.
Mientras tanto, en el pueblito, había un vato mamadísimo llamado Gastón. Era el típico vato que iba al gym nomás a verse al espejo, le decía “mija” a todas y usaba frases bien pendejas como: “¿Qué onda, preciosa? ¿Te dolió cuando caíste del cielo?”. Se la pasaba mamando con que Bella tenía que ser su vieja, pero la morra lo ignoraba porque, según ella, su único amor era el dinero y los viajes patrocinados.
Pero lo que nadie veía venir era que Gastón, en una de sus exploraciones al castillo, se topó con la Bestia y ¡pum!, amor a primera vista. Algo en ese animalote peludo le movió cosas que ni su novia imaginaria le movía. Así que, en lugar de partirle la madre, como planeaba, se puso a charlar con él.
—No mames, vato, ¿tú solito hiciste este castillo? Está bien perrón.
La Bestia, que no estaba acostumbrada a que alguien la tratara bien, se sacó de pedo, pero se dejó querer. Y así, entre chelas, pláticas filosóficas y miradas intensas, Gastón y la Bestia se enamoraron.
Cuando Bella se enteró de que Gastón le había bajado a su potencial sugar peludo, se puso más tóxica que ex con cuenta falsa. Empezó a subir indirectas a Instagram:
“Hay morras que se creen reinas, pero terminan con un joto y un perro.”
“Mejor sola que con un vato que se enamora de una bestia.”
La gente, que ya estaba harta de su mamonería, la empezó a cancelar. Que porque era clasista, que porque no respetaba la diversidad, que porque sus stories daban pura pinche cringe. Perdió patrocinadores, la dejaron de seguir y hasta la bloquearon de su propia cuenta.
Mientras tanto, Gastón y la Bestia vivieron felices, se casaron, y ¡pum!, el hechizo se rompió. La Bestia volvió a ser un príncipe mamado y hermoso. Gastón, que ya de por sí estaba bien bueno, se volvió aún más irresistible con su amor.
Bella, derrotada, terminó vendiendo fit teas por WhatsApp y haciendo TikToks de motivación para ver si alguien la pelaba, pero la neta, nadie le daba like.
Y así, por primera vez en la historia, el vato tóxico encontró el amor, el feo se volvió guapo y la influencer mamona se quedó sola como perro en la lluvia.
Fin.