Había una vez, en un pinche reino todo puteado, una morrita chula hasta pa’ cagarla: Blancanieves. Morena clara, labios de cereza, mirada de “me pelas la verga”, pero bien noble la morra. Hasta que le cayó la maldición de tener una madrastra hija de la chingada, la Reina Culera, una rucona más falsa que culo de influencer, obsesionada con ser la más buena del reino.
Todos los días le hablaba a su pinche espejo mágico con voz de señora que vende Mary Kay:
“¿Quién es la más sabrosa del condado, mi chingado espejito?”
Y el espejo, harto de tanta jalada, un día le suelta:
“Tú ya no, mamita. La que anda rompiendo corazones es Blancanieves. Tú pareces anuncio de cremas milagrosas.”
La ruca se enchila más que un taco mal dorado y manda a un vato con cara de chofer de combi a matar a Blancanieves. Pero el pendejo se raja a la mera hora porque la morra estaba bien sabrosa y aparte le dijo “porfa no me mates”. Se le chispoteó el corazón y la dejó viva, escondida entre árboles, caca de mapache y monte.
La morra camina horas, sin agua ni plan dental, hasta que se topa con una cabañita toda culera. Entra y huele a mota, cerveza tibia y desodorante fallido. Ahí vivían los 7 Malandros, más buscados que el pinche SAT:
- El Chokas – líder del cártel local, le pegaba hasta a su sombra, tenía 17 denuncias por extorsión y una abuela que lo protegía en el catecismo.
- El Púas – experto en acuchillar sin hacer preguntas. Le decían “el filetero de Ecatepec”.
- El Cachetes – robaba coches y novias. Se echaba sus lágrimas escuchando al Komander.
- El Tachas – no dormía, no comía, no hablaba, solo temblaba y veía colores.
- El Garras – falsificador de billetes y documentos, tenía más credenciales que un político tránsfuga.
- El Mechas – pirómano por vocación. Le prendía fuego a lo que se moviera (y a lo que no).
- El Nene – parecía bebé de comercial, pero si lo mirabas feo, te enterraba una pluma en el ojo.
Cuando ven a Blancanieves, se les caen las nalgas. En vez de matarla o venderla, se cuadran. La morra los doma a todos con pura mirada perra, y les dice:
“A ver, bolas de cagadas: yo soy la jefa ahora. Me respetan, me obedecen, y el que me falte al respeto, lo dejo sin huevos y sin lengua.”
Desde ahí la cosa se pone cabrona. La banda se organiza, cobra derecho de suelo hasta en los kínders, venden “seguridad” a los panaderos, y hasta los perros callejeros tenían que pagar con croquetas si no querían desaparecer.
Mientras tanto, la Reina Culera, ardida hasta el fundillo, se disfraza de señora con canasta de mandarina y le lleva una manzana envenenada. Blancanieves la muerde porque andaba crudísima y pensó que traía vitamina C. Se va de hocico, tiesa como tabla de planchar.
En eso, aparece un pseudo-príncipe, de esos güeyes que creen que por tener el apellido “de la Vega” ya pueden andar metiendo hocico donde no. Ve a Blancanieves tiesa y, sin permiso ni madre, le suelta un beso marrano.
¡ERROR, PUTO!
Los 7 Malandros lo agarran a patadas, machetazos y sape estilo barrio. Lo dejan como camote hervido y lo entregan pa’ que lo refundan por acosador, puerco y estúpido. El sistema, bien podrido, lo saca una semana después gracias a palancas. Pero… una semana después, lo encuentran hecho mierda en la carretera, sin dientes, sin hígado y con una cartulina que decía:
“Aquí yace el pendejo que no supo pedir permiso.”
Nadie investigó nada. Todos dijeron:
“Así son las cosas aquí. Te pasas de verga y te toca el karma con navaja.”
La Reina Culera fue detenida por intento de feminicidio, abuso de poder y por tener cara de señora cizañosa. La metieron al penal y cada semana la mandan a limpiar el cárcamo con escobas sin palo y botas con hoyos. Le gritan las demás reclusas:
“¡ÁNDALE, DOÑA MEZQUINA, LIMPIA EL LODO COMO LIMPIABAS TU PINCHE CONCIENCIA!”
Mientras tanto, Blancanieves despierta gracias a un suero mágico que le preparó El Tachas con LSD, Monster y orines de ajolote. Se para, mira el reino y dice:
“A la verga todo. Esto ahora es mío.”
Se sienta en el trono, escupe al piso, y manda una orden:
“Cobro pa’ todos. Quiero lana de los maestros, los padrecitos, los niños y hasta los güeyes que venden pepitas. Quien no paga, lo entambamos o lo desaparece El Garras.”
Y así fue como Blancanieves, La Reina del Desmadre, se volvió la patrona indiscutible del reino, rodeada de sus 7 lacras de confianza, reinando entre billetes, amenazas y respeto ganado a punta de huevos.
No fue un final feliz. Fue un final bien perrón.