Había una vez, en un pinche agujero perdido del mapa, donde ni la Coca llega ni el WiFi sirve ni pa’ mandar un sticker, vivían dos mocosos más jodidos que el sistema de salud pública: Hansel y Gretel. Su jefe era un pobre cabrón sin voluntad, más inútil que el botón de “aceptar cookies”, y su madrastra era una pinche bruja sin título, cagona, manipuladora, y con aliento a huevo podrido.
Un día, la culera esa, mientras tragaba café de olla con pan duro, le dice al marido:
—Oye, pendejo, tus escuincles ya me tienen harta. Tragan como pelones en quincena y no sirven ni pa’ limpiarse el culo solos. Vámonos al bosque y los dejamos ahí. A ver si los devora un coyote o los reclutan en una secta, me vale madre.
Y el pendejo, con cero neuronas activas, nomás le responde:
—Pos… va.
Y ahí van, con los niños todos ilusionados creyendo que era pinche paseo de fin de semana. Pero nel, los botan en el bosque como si fueran condones usados en feria. El primer día, Hansel, bien trucha, dejó piedritas. Regresaron.
La segunda, dejó migajas de pan. Pero pum, los pájaros, bien pinches atascados como si no hubieran tragado en tres meses, se las tragaron en chinga.
Los morros se pierden, ya sin comida, oliendo a sobaco mojado y con los pies hechos mierda. Caminan y caminan hasta que ¡madres! Se topan con una casa hecha de dulces. Y no cualquier mamada. Era un Disneylandia diabólico: paredes de mazapán, ventanas de cajeta, techo de obleas, y una puerta de chocolate con nuez.
Gretel, sin pensarlo, le da una mordida como si no hubiera mañana. Y en eso sale la ruca más pinche creepy que han visto en su perra vida. Una vieja decrépita, encorvada, con los dientes más amarillos que la playera del América, y las uñas como si hubiera escarbado tumbas con las manos.
—¡Pasen, pasen, mis cielitos! Aquí hay comidita, cobijitas y hasta Disney+ con cuenta premium —dice la ruca, con voz más falsa que influencer de criptomonedas.
Los niños, bien pendejos, entran.
¡Pero madres! Todo era trampa, chinga. La pinche vieja era una bruja demente, sádica, caníbal y bien pinche enferma. Tenía la cocina armada como matadero de película de terror. Un horno industrial que parecía sacado de Coppel versión Satán, un asador gigante con manchas de sangre, y frascos con dedos de niño flotando en formol.
Empieza a engordar a Hansel como puerquito de feria. Le da Coca, Nutella, pan dulce, leche con azúcar, pizza, maruchan… todo lo que te infla y te mata. El cabrón ya no caminaba, rodaba. Gretel, mientras tanto, la tenía de esclava, barriendo, cocinando, y sobándole los juanetes a la anciana mierda esa.
La bruja cantaba mientras afilaba un cuchillo:
—Con salecita y ajo, este niño va a quedar más sabroso que pierna al pastor…
Y Gretel ya la traía atravesada. Hasta que un día, la ruca le dice:
—¡Anda, babosa! Abre el horno que hoy toca carnita de tu carnal…
Y ahí Gretel, en un arranque de huevos bien puestos, la agarra de los pinches pelos y la empuja con todo su odio.
—¡A chingar a tu madre, vieja culera!
Y ZAS, la empuja al horno. La vieja cae gritando como marrano electrocutado:
—¡Aaaaaaaay, pinches escuincles malnaciiiiiiiidos!
La grasa le chisporroteaba, el olor era como carnitas echadas a perder con patas sudadas, y los gritos hacían eco en todo el pinche bosque. La casa empezó a temblar, se prendieron las luces, los frascos explotaban, los dulces se derretían, y la vieja gritaba cosas satánicas entre llamas, como si fuera final de película clase B.
Los chamacos, entre shock y adrenalina, saquean la casa. Agarran monedas de oro, joyas, gomitas, chocolates caros, y hasta un dildo mágico que no supieron qué pedo, así que lo dejaron.
Cuando salen, ya pensando en la vida de ricos, en su pinche rancho los estaría esperando una combi… ¡Pero nel! Tómala, cabrón.
Les cae la Guardia Nacional. Drones, tanquetas, soldados, dos helicópteros, y un cabrón gritándoles con megáfono:
—¡QUÉDENSE EN EL SUELO, HIJOS DE SU PERRÍSIMA MADRE! ¡ESTÁN DETENIDOS POR FEMINICIDIO AGRAVADO, BRUJACIDIO, SAQUEO, VANDALISMO Y TENENCIA ILEGAL DE CHOCOLATES!
Los niños, con cara de “no mames, ¿ahora qué?”, se los llevan esposados, cagados del susto y sin entender ni madre.
En el MP les leyeron los cargos y hasta inventaron unos. Hansel lloraba. Gretel les mentaba la madre. Los polis se burlaban. “Pinches morros peligrosos, ya no hay infancia”, decían.
Días después, los papás también fueron arrestados. El DIF les cayó con todo. La madrastra chillaba porque le quitaron su cuenta de TikTok. El papá, como siempre, nomás decía “no sabía, no sabía…”.
Hansel acabó en el tutelar de menores, donde aprendió a tatuar con ganchos de ropa, jugaba fucho con botellas y se hizo amigo de un morro que decía ser el hijo ilegítimo del Santo.
Gretel, en la cárcel de Santa Martha, se volvió patrona. Controlaba la cocina, hacía pasteles que vendía clandestinamente por Uber Eats, y mandaba cartas con dulces dentro para sobornar a las custodias. Le decían “La Dulcera Satánica”.
El papá fue asignado a limpieza de baños en el Reclusorio Norte. Sus compas lo llamaban “El trapeador humano”. Y la madrastra fundó una secta de “madres arrepentidas” donde se fumaban el copal y hablaban con “los elementales del bosque”.
Y así acabó este pedo.
Moraleja: No confíes en viejas raras, no mates brujas sin permiso legal, y sobre todo, no seas papá pendejo… que te carga la verga.