Juan

No compres robado.
literatura
cuento
Autor/a

Montse

Fecha de publicación

17 de marzo de 2025

Juan nunca había sido de los que compraban cosas robadas, pero esa vez la oferta era demasiado buena. En el tianguis, un tipo nervioso le ofreció un celular Android casi nuevo, sin contraseña ni cuentas vinculadas.

—Recién sacadito, carnal. Mil varos y es tuyo.

Sin pensarlo mucho, Juan pagó y se fue con su “nueva” adquisición.

Al llegar a casa, lo encendió y revisó la galería por pura curiosidad. Y ahí fue cuando algo en su estómago se revolvió.

Había fotos perturbadoras.

Altares oscuros, velas negras consumidas hasta la base, cráneos humanos con símbolos tallados, cuerpos en posiciones extrañas, figuras difuminadas en el fondo de las imágenes, como si alguien o algo estuviera ahí.

Juan sintió un escalofrío. ¿Quién chingados tenía este teléfono antes?

Sin pensarlo dos veces, eliminó todas las fotos y, para mayor seguridad, restauró el celular de fábrica. Borrón y cuenta nueva. Insertó su chip y empezó a configurarlo como si fuera suyo.

Pero minutos después, al abrir la galería de nuevo, las fotos estaban de vuelta.

Cada imagen exactamente en el mismo lugar.

Con la respiración entrecortada, Juan volvió a borrarlas. Pero esta vez, apenas lo hizo, el celular sonó.

Un número desconocido.

Bloqueó la llamada. Sonó otro número. Y otro. Y otro más. Cada uno con más dígitos de los que deberían tener.

Los bloqueó todos, pero las llamadas seguían entrando. Hasta que, aterrado y desesperado, contestó una.

La llamada

—¿Quién chingados eres? —preguntó con la voz temblorosa.

Por un momento, solo se escuchó estática. Luego, una respiración profunda y distorsionada.

¿Por qué lo borraste?

Juan sintió un escalofrío recorriéndole la espalda.

—¿Qué…? ¿Quién es este?

La estática creció. Entre el ruido, algo se movía. Como un susurro, como uñas rasgando algo hueco.

No debiste tocarlo… —la voz sonaba inhumana, como si muchas bocas hablaran al mismo tiempo.

—¿Qué estás diciendo? ¿Tocar qué? ¡No sé de qué hablas!

El altar… las ofrendas… lo borraste todo…

—¡Solo eran fotos! ¡¿Quién eres?!

La risa que escuchó lo hizo soltar el teléfono por un segundo. No era una risa normal. Sonaba mojada, como si viniera de un cuerpo lleno de algo espeso, burbujeante.

¿Fotos…? —susurró la voz con un tono burlón.

En ese momento, la pantalla del celular parpadeó y se abrió sola la galería.

Las fotos habían cambiado.

Ya no eran imágenes de altares…

Ahora eran fotos de él.

Capturas de Juan en su cuarto, en ese mismo instante. Pero no estaba solo.

Detrás de él, en la oscuridad, algo alto y delgado se alzaba en las sombras.

Juan sintió su garganta cerrarse. Su reflejo en la pantalla parpadeó. La cosa detrás de él sonrió.

No son fotos. —susurró la voz en la llamada.

Juan lanzó el celular contra la pared y salió corriendo del cuarto.

Esa noche, sus vecinos escucharon golpes, jadeos, algo que se arrastraba.

Y un grito. Un grito desgarrador que no parecía humano.

El hallazgo

A la mañana siguiente, la puerta de Juan estaba entreabierta. Un olor metálico inundaba el pasillo.

Lo encontraron en su sala.

O lo que quedaba de él.

Su cuerpo estaba retorcido, con los huesos saliendo por lugares que no deberían. Sus piernas estaban dobladas en ángulos imposibles, sus brazos dislocados al revés. Su boca, abierta en un grito silencioso.

Su piel estaba desgarrada en varios puntos, dejando ver carne y tendones. Pero lo peor era su rostro.

No tenía ojos.

Solo dos cavidades negras, profundas, llenas de un líquido viscoso que se escurría hasta el suelo.

En su mano derecha, apretaba el celular con fuerza.

La pantalla aún estaba encendida y mostraba la última foto que Juan había visto, justo antes de morir:

La figura delgada con cuernos y ojos completamente negros estaba detrás de él, sonriendo.

Antes de que la batería del celular se agotara, un mensaje apareció en la pantalla:

“YA NO PUEDES ESCONDERTE. YA NO PUEDES CERRAR LOS OJOS. YA NO TIENES OJOS. NOS PERTENECES.”