Rapunzel

Tiene más pelo que sentido común.
literatura
cuento
Autor/a

Montse

Fecha de publicación

1 de abril de 2025

Había una vez una morra que se llamaba Rapunzel, pero no creas que era una morra cualquiera, no, esta cabrona tenía el pelo más pinche largo que habías visto en tu puta vida, y vivía encerrada en una torre bien alta porque una bruja culera la tenía secuestrada.

Resulta que cuando su jefa estaba embarazada, se le antojaron unas hierbitas bien ricas del jardín de la pinche bruja. El ruco de su jefe, todo sacatón, se metió a robarlas y que los cacha la pinche bruja. La ruca, bien encabronada, le dice: “Mira, cabrón, me robaste, y si no quieres que te meta un pinche hechizo que te deje el chile de adorno, dame a tu chamaca en cuanto nazca.” Y pues el vato, como buen sacatón, aceptó.

Así que la bruja se chingó a la morrita y la encerró en una torre bien alta, sin puertas ni escaleras, nomás con una ventanita. Y ahí estaba la pobre Rapunzel, encerrada como pendeja toda su vida, hasta que un día, un pinche príncipe bien cabrón pasó por ahí y la escuchó cantar. El bato se clavó bien cabrón con su voz y que se queda espiando.

El morro ve cómo la pinche bruja le grita: “Rapunzel, Rapunzel, suelta tu pinche greñero.” Y que la morra deja caer su pinche mata de pelo, más larga que las mentiras de un político. La bruja se trepa por ahí como si fuera escalera y el príncipe, que no es pendejo, dice: “Yo también me trepo, a ver si me toca algo.”

Así que en la noche, el bato le aplica la misma y que la Rapunzel lo deja subir. El vato le cae toda la semana y los dos empiezan a darse hasta para llevar. La morra, que nunca había visto un vato, se clava machín y al poco rato que sale con su domingo siete.

Pero la bruja no era ninguna babosa, y un día la Rapunzel, toda inocente, le suelta: “Pinche madrastra, me aprieta el vestido.” Y la bruja, que no es ningún pinche burra, capta el pedo y que se emperra. Le agarra las greñas, se las corta de un chingadazo y la manda a la verga al desierto, para que se muera de hambre la cabrona.

Cuando el príncipe llega bien contento a ver a su ruca, que le avientan las trenzas, pero al subir, que la pinche bruja lo espera. “Chingaste a tu madre, cabrón,” le dice, y de pura maldad le avienta un pinche hechizo que lo deja ciego. El bato, bien pendejo y sin ver ni madre, se va vagando por el mundo, llorando su desgracia como un cabrón despechado.

Pero la neta es que no todo acaba de la chingada, porque el vato un día, de pura cagada, encuentra a Rapunzel en el desierto. La morra, toda madreada y con dos escuincles gemelos que parió en el desmadre, lo abraza y llora. Y en cuanto sus lágrimas le caen en los ojos, el bato recupera la vista.

Así que, más felices que una peda con compas, se van a su reino, le parten la madre a la bruja y viven felices, cogiendo como conejos, hasta que se mueren de viejitos.