David vs. Goliath

Cosas del pueblo bueno
literatura
historia
Autor/a

Montse

Fecha de publicación

2 de octubre de 2025

¡No mames, qué pinche desmadre! Soy una oveja de Ecatepec, nomás mascando hierba en un terreno baldío lleno de llantas quemadas, cuando se armó la bronca más vergas que he visto en mi vida lanuda. David, un vato flaco pero con unos huevos del tamaño del Popo, contra Goliat, un cabrón grandote y mamón de Iztapalapa que parecía salido de una película de narcos. ¿El pedo? Querían ver quién se quedaba con el control del pinche cobro de piso, esa mierda de sacarle lana a los taqueros y tienditas del rumbo. Pero déjame contarte quiénes eran estos dos locos antes de que se dieran con todo.

David, el morrito de Ecatepec, era un vato que nunca le halló la onda a la escuela. La neta, el wey no terminó ni la secundaria. En segundo de secu, dijo “pa’l carajo los libros” y se la pasaba en las maquinitas del mercado o vendiendo chelas en los toquines de cumbia rebajada. Pero no te creas que era un pendejo; el cabrón tenía calle, sabía cómo moverse entre los vatos locos y los polis corruptos. Su tirachinas no era cualquier mierda: lo había perfeccionado desde morrillo, tumbando latas en el patio de su jefa. David era el típico compa de Ecatepec que no se achica ni con el diablo, siempre con una caguama en la mano y una playera de los Tigres del Norte. El vato soñaba con ser el jefe del rumbo, no por mamón, sino porque en Ecatepec o mandas o te chingan.

Goliat, el terror de Iztapalapa, era otra pinche onda. Ese cabrón era un monstruo de dos metros, tatuado hasta el culo, con una cara de “te mato por mirarme”. El wey tenía tres reingresos al reclusorio, ¡tres, no mames! La primera vez cayó por robarse un camión de chelas, la segunda por darle una madriza a un poli en un operativo, y la tercera por andar moviendo mota en Tepito. En el bote, Goliat se hizo más cabrón: aprendió a usar una macana como si fuera extensión de su brazo y se ganó el respeto de los reos más pesados. En Iztapalapa, el vato era leyenda; los morrillos decían que podía partir un vocho a la mitad con las manos. Cobrar piso era su negocio, y ay de aquel que no le pagara: te mandaba al hospital o de una al panteón.

Total, que un día se cruzaron los caminos de estos dos. El sol estaba cayendo en el horizonte, y el aire olía a tacos de suadero y gasolina quemada. Yo estaba ahí, pastando entre el escombro, cuando los vatos del barrio se juntaron pa’l cotorreo. Los de Ecatepec traían a David como su gallo de pelea, gritando: “¡Chíngatelo, compa, no te dejes!”. Los de Iztapalapa, con sus cadenas y chelas, jalaban con Goliat: “¡Aplasta a ese enano culero!”. Yo nomás veía, pensando “pinches humanos, siempre con su desmadre”.

Goliat se paró en medio del lote, con su macana que parecía poste de luz, y empezó con su pendejada: “¡Pinche morrito de Ecatepec, te voy a romper el hocico! El piso es mío, y tú no eres nadie, culero”. Pero David, con su tirachinas del mercado y unas piedras que parecían escombro de la México-Pachuca, no se achicó. “¡Cállate el hocico, pinche gigantón pendejo! Aquí el que va a mandar soy yo, y tú vas a morder el polvo, cabrón”.

El pleito estaba cabrón. Goliat blandía su macana como si quisiera tumbar una combi, pero David era rápido, como chilango esquivando baches en moto. El morrito de Ecatepec corría, brincaba y le mentaba la madre mientras cargaba su tirachinas. Los vatos de ambos lados estaban vueltos locos, echando porras como si fuera final de la Liga MX. Yo, la neta, nomás me hice a un lado pa’ no salir con una pedrada perdida.

Entonces, ¡pum! David jaló el tirachinas y le metió una pedrada en la pura frente a Goliat. El cabrón de Iztapalapa se tambaleó como borracho en el metro Pantitlán, con los ojos en blanco, y ¡zas!, se dio un madrazo contra el suelo que hasta los perros callejeros se espantaron. El silencio duró dos segundos, y luego los de Ecatepec estallaron: “¡No mames, David, eres el puto amo!”. Los de Iztapalapa se quedaron con cara de “¿qué pedo pasó?” y nomás se pelaron con la cola entre las patas.

David se trepó en una llanta vieja, con su tirachinas en alto como si fuera trofeo, y gritó: “¡El piso es de Ecatepec, pendejos! ¿Quién más quiere pedo?”. Desde ese día, el morrito que no terminó la secundaria se volvió el rey del cobro de piso, y en el barrio lo tratan como si fuera el mismísimo Juan Gabriel. Goliat, pues, dicen que anda de lava-autos en Iztapalapa, tratando de no volver al reclu.

Y yo, pues, volví a mi hierba, pensando “pinches humanos, se la pasan peleando por pura mierda”. Pero la neta, qué chida estuvo esa bronca.