Mira nomás, cabrón, si te pudiera contar todas las mamadas que han pasado en esta pinche ciudad, no acabamos ni en un año, pero hoy te voy a contar la más perra de todas: la Decena Trágica. Yo, un perro callejero, sin dueño ni madre que me ladre, fui testigo del cagadero más grande de la época.
Corría febrero de 1913, y la cosa estaba que ardía. El presidente Francisco I. Madero ya andaba bien atormentado, porque todos los pinches ricachones y los militares le traían ganas. No lo querían porque era medio pendejo para gobernar, y además le había quitado el hueso a los porfiristas. Y pues los cabrones esos, acostumbrados a mamar del poder, ya estaban viendo cómo se lo chingaban.
Pero el que sí tenía huevos, aunque los traía más apachurrados que los míos cuando me corretean los policías, era Felipe Ángeles. Ese güey sí se rifaba con Madero. Pero chale, no era suficiente, porque la traición venía desde adentro.
El Pinche Traidorazo
Aquí es donde entra el perro más sarnoso de todos: Victoriano Huerta, un general bigotón y ojete que tenía cara de que le apestaba la boca a pulque barato. Ese cabrón se la pasaba jurando lealtad a Madero, pero por atrás ya andaba chupándosela a los traidores.
El 9 de febrero de 1913, empezó el pinche desmadre. Unos generales resentidos, Bernardo Reyes y Félix Díaz (sí, el pinche sobrino de Porfirio Díaz), se alzaron en armas y se fueron directito a tomar Palacio Nacional. Y yo ahí andaba, echado en la Alameda Central, rascándome las pulgas, cuando de repente: ¡¡PUM, PUM, PUM!! ¡Balazos por todos lados, cabrón!
Me metí corriendo bajo un pinche carro jalado por caballos porque no quería que me tocara un plomazo. El pedo es que los cabrones rebeldes no contaban con que los iban a recibir a plomazos. Reyes, el viejito pendejo, cayó muerto en la mera entrada del palacio.
Y Félix Díaz salió hecho la chingada hasta la Ciudadela, donde se atrincheró con sus compas. Ahí es donde el pedo se puso bueno.
La Ciudadela: el pinche infierno en la tierra
Por diez días, la Ciudadela fue un infierno, cabrón. Yo veía cómo los soldados y los leales a Madero trataban de sacarlos a la verga, pero los traidores estaban bien armados. Además, Huerta, el pinche hipócrita, ya estaba jugando doble. De día se hacía el bien leal y de noche se reunía con los golpistas para ver cómo se iban a chingar a Madero.
Las balas volaban por todas partes. Yo veía cómo la gente corría y gritaba, cómo se caían los cuerpos con el hocico lleno de sangre. Pinches morros, señoras, vendedores, nadie se salvaba. Me tocó ver a un ruquito que vendía tamales volarse los sesos con un rifle porque ya no aguantaba el terror.
Y lo peor, cabrón: los cañonazos. Un puto estruendo que hacía temblar los edificios. Pinches paredes cayéndose, el pavimento lleno de sangre y tripas, y yo, un pinche perro, tratando de no ser parte del menú.
El Puto Golpe de Estado
El 18 de febrero, el pinche Huerta por fin enseñó el hocico y traicionó oficialmente a Madero. Fue con él y le dijo:
—Mi presidente, lo mejor es que renuncie.
Pero en su cabeza pensaba: Ya te chingaste, pendejo.
Madero y su vicepresidente Pino Suárez fueron arrestados en Palacio Nacional. Para entonces, ya todos los cabrones que le decían “presidente” le habían dado la espalda.
El 22 de febrero, se los llevaron en la madrugada dizque a la cárcel de Lecumberri. Y ahí, cabrón, ahí fue donde la traición se volvió tragedia. En un callejón oscuro, les metieron sendos plomazos y los dejaron ahí como perros muertos.
Dicen que Huerta luego salió con su cara de pinche sapo a decir que los habían querido rescatar y que en el desmadre se murieron. ¡Ajá, chingas a tu madre, Huerta! Nadie te creyó.
El México que quedó después del pinche cagadero
Yo, desde una esquina del Zócalo, vi cómo la gente lloraba, cómo los cadáveres se apilaban, cómo los zopilotes humanos saqueaban los negocios destruidos. Y Huerta, el pinche traidor, tomó el poder como si nada.
Pero no le duró mucho el gustito, porque al año siguiente Venustiano Carranza, Pancho Villa y Emiliano Zapata le partieron su madre y lo mandaron al exilio. Karma, cabrón.
Así fue como viví la Decena Trágica, el peor cagadero de la Revolución Mexicana. Diez días de puro pinche horror, traiciones, balazos y sangre.
Y yo, un pinche perro callejero, lo vi todo.
Fin.