Intervención Francesa

Lo que pasa por no pagar tus deudas.
literatura
historia
Autor/a

Montse

Fecha de publicación

22 de abril de 2025

Mira, cabrón, todo empezó cuando el pinche Juárez, ese chaparro con huevos de acero, andaba con el país más jodido que culo de burdel. No había ni pa’ papel de baño, y los gringos, los gachupines y los franceses andaban de putitos exigiendo su feria como si México fuera su cajero automático.

Y Juárez, con toda la pinche dignidad indígena, dijo:
“Me la pelan. No hay barro. No pago ni madres.”

¡Uffff! Y ahí fue cuando Napoleón III, un pinche enano con complejo de verga grande, se emperró como quinceañera sin pastel y dijo:
“¡Vamos a meterle la riata a México! ¡A huevo que sí!”

Y tómala, pinche invasión francesa.
Llegaron esos hijos de la baguette, creyéndose la gran mamada, caminando como si el sol no los tocara, con sus pinches uniformes de ópera y su olor a queso rancio.

Pero no contaban con la raza bien verguda de este pinche país, donde aunque tengamos el estómago vacío, tenemos el alma hasta el culo de coraje.


Y el 5 de mayo de 1862, en Puebla, se armó la reventadera.
Ahí estaba el general Zaragoza, con su cara de crudo y su bigote de macho alfa, diciendo:
“¡A estos pinches franchutes me los cojo con la pura mirada, hijos de la verga!”

Y así fue, una madriza monumental, como pelea de cantina. Los franceses caían como moscas, confundidos, porque no entendían cómo unos indios con huaraches y piedras les estaban metiendo la verga sin vaselina.

Yo, el nopal, me estaba meando de risa, viendo cómo los franceses corrían con el culo fruncido, gritando “merde! merde!” como si les estuvieran metiendo chile piquín por el orto.


Pero ¡aguas! Los cabrones regresaron con refuerzos, bien emperrados, como ex tóxica. Y con ayuda de traidores de aquí (porque México nunca ha estado corto de pinches vendepatrias), llegaron hasta la capital y pusieron a un pelele, Maximiliano, un güey con cara de Cristo hippie que no sabía si venía a reinar o a grabar un videoclip.

Ese pendejo creía que México era Viena con cactus.
Quería pasear en carruaje, dar decretos mamones y tomarse su chocolatito como princesa Disney. ¡Pinche iluso!


Pero Juárez no se rajó ni de pedo.
Mientras los traidores se vendían por monedas, él andaba con los huevos colgando por todo el país, organizando la resistencia, durmiendo en cuevas, cagando en el monte, pero nunca bajando la pinche cabeza.

Y cuando los gringos le dijeron a Francia:
“Hey, baguette bitch, largo de aquí o te parto tu madre,”
Napoleón III se cagó en sus calzones de seda y salió corriendo como rata en fuego.
Dejó a Maxi solo, como novio plantado, con cara de ‘¿y ahora quién me salva, mamita?’


Y tómala, cabrón. En Querétaro lo agarraron como marrano en feria, le hicieron su juicio y lo mandaron a chingar a su madre con dos balazos en el pecho y uno en el orgullo.

Pinche emperador de papel, muerto como cualquier güey de barrio.


Yo, el nopal testigo de todo, con espinas llenas de sangre e historia, lo vi todo.
Vi a los culeros traicionar, a los valientes morir, a México aguantar vergazos como campeón, levantarse y decir:

“¡Nos la pelan todos, hijos de su puta madre!”


Y así quedó el pedo:
Si vas a invadir México, más vale que te traigas el rosario, el testamento y un refuerzo en el ano, porque aquí te hacemos tacos con tu pinche bandera y te los metemos por el hocico.