Yo soy el puto mojito, carnal. Orgulloso, sabrosón, con menta en los huevos y azúcar en las venas. Y sí, estaba ahí, en la Habana chingona, viendo cómo se armaba la pinche novela más cabrona del siglo: la Crisis de los Putos Misiles.
Todo empezó cuando el pinche Fidel, ese barbón revolucionario de los mil demonios, se emputó con los gringos. ¿Por qué? Porque los cabrones de Estados Unidos ya le traían ganas desde que les pateó el trasero con la Revolución. Y no conformes, le mandaron una invasión piterísima en Bahía de Cochinos que no sirvió pa’ pura madre. Entonces el Fidel dijo:
—“Ah, ¿sí, culeros? Pues ahora les voy a meter el chile por la oreja… ¡Rusia! ¡Mándame unos misiles bien cojonudos!”
Y el pinche Nikita Jruschov, el jefe ruso con cara de que no ha cagado en una semana, dijo:
—“¡Cámara, mi Fide! Vamos a meterle cohetes a esos pendejos en su propio patio, órale, va con huevos.”
Y madres, güey, que mandan barcos cargados de misiles atómicos, esos que si explotan no queda ni el recuerdo. Los escondieron entre la caña de azúcar, los cocos y las tangas de Varadero. Yo ahí estaba, bien servidito en un vaso, viendo pasar todo el desmadre como si fuera fiesta de narcos.
Pero, ¡oh sorpresa, pendejos!, los gringos, con sus aviones espiadores y su pinche paranoia de “nos quieren matar”, se dieron cuenta. El Kennedy, ese cabrón de sonrisa falsa y cerebro caliente, se puso al tiro y dijo:
—“¡Esto ya valió verga!”
Le puso un bloqueo naval a la isla, como diciendo “nadie entra, nadie sale, y el que se mueva, se lo chinga su madre”. Y así estuvo el mundo, compa, a dos pelos de culo de explotar como pinche olla exprés sin válvula.
Los rusos y los gringos, dándose cartitas como novias tóxicas, diciendo “no me provoques, cabrón, porque yo sí me atrevo”.
Y nosotros, los mojitos, viendo todo con la menta ya marchita del pinche estrés atómico.
El planeta estaba a nada de irse a la mierda, güey. Un dedo mal puesto, un botón apretado por accidente, y todos a bailar con la Santa Muerte.
Al final, el Jruschov dijo:
—“Nel, ni madres, esto se está saliendo de control.”
Y quitó los misiles, bajó la verga, se echó un vodka y se fue a chingar a su madre. A cambio, el Kennedy prometió no meterse más con Cuba y de paso quitó los misiles que tenía en Turquía, nomás pa’ que no se viera tan culo.
Así se acabó el pinche drama nuclear. Yo seguí ahí, bien frío, con mi sombrillita de plástico, viendo cómo casi el mundo se iba al carajo por una pelea de egos con misiles del tamaño de su complejo de inferioridad.
Moral de la historia:
Nunca metas cohetes nucleares en la casa de un loco, ni le hables de paz a un cabrón con el dedo en el botón. Y siempre, SIEMPRE, respeta al mojito, porque si yo hablara más… el mundo se quema.